Nacimiento de la RCC
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Biografía de la Beata Elena Guerra

Elena Guerra, procedente de una familia razonablemente rica, nació en Lucca, Italia, el 23 de junio de 1835. Desde temprana edad, Elena se dedica al estudio de la Palabra de Dios y a la Patrística, manteniéndose siempre envuelta en actividades apostólicas junto a los pobres.

En abril de 1870, realiza una peregrinación pascual a la ciudad de Roma, junto a su padre don Antonio Guerra. Al visitar las catacumbas de los Mártires, Elena vive una profunda experiencia de Dios, despertándose así en ella el deseo de una vida enteramente consagrada al Señor. Después de hacer una visita al Papa Pío IX, toma la decisión de ofrecer su vida por el buen éxito del pontificado de dicho Papa.

Elena siente crecer día a día en su corazón una profunda devoción al Espíritu Santo. Algunas experiencias místicas como locuciones y llamadas interiores, van colocando en su corazón una acentuada inquietud en relación a la condición bastante precaria que se podía notar en la Iglesia, en relación a la devoción y al culto a la persona del Espíritu Santo. El Señor la inspiraba y le pedía tomar alguna iniciativa; pero ella dudaba…

Después de casi dos años, Elena cede a esas llamadas.  Monseñor Giovanni Volpi, quien hacía algunos años frecuentaba la Comunidad de las hermanas como Padre espiritual, comenta con el Papa León XIII, en una visita hecha a Roma en 1894 sobre su intención. El Papa no refutó la idea de hacer cualquier cosa en ese sentido y, así el 17 de abril de 1895, Elena envía al Papa León XIII, por medio del Padre Bertini, prior de Santa María del Pueblo – su primera carta, donde manifiesta su agonía por la poca atención dada por la Iglesia a la persona del Espíritu Santo. En un pasaje, dice así:

“Santo Padre, el mundo es perverso, el espíritu de Satanás triunfa en nuestra sociedad pervertida y arranca del Corazón de Jesús una multitud de almas; y en este terrible estado de cosas los cristianos no dedican ningún pensamiento a dirigir súplicas unánimes a Aquel que puede ‘renovar la faz de la tierra’... Las personas recomiendan todo tipo de devociones, pero mantienen silencio sobre esa única devoción que, según el Espíritu Santo de la Iglesia, debería ser la primera y principal. Las personas recitan tantas novenas, pero esa única novena, que por mandato de Nuestro Salvador en persona, fue recitada incluso por la Santísima María y por todos los Apóstoles, está ahora casi olvidada. Los predicadores alaban a todos los santos, pero ¿cuándo escuchamos alguna vez un sermón en honor del Espíritu Santo, Aquel que modela a los santos? … Por lo tanto, oh Santo Padre, sólo usted puede hacer que los cristianos vuelvan al Espíritu Santo, de modo que el Espíritu Santo pueda volver a nosotros; derrote el reino maligno del diablo, y concédanos la largamente ansiada renovación de la faz de la tierra”

De este periodo de correspondencia de cartas con Elena Guerra, León XIII destina a la Iglesia 3 documentos sobre ese asunto relacionado al culto al Espíritu Santo: 1º El Rescripto “Provida Matris Charitate” del 5 de mayo de 1895, donde invitaba a los fieles a invocar al Espíritu Santo, recomendando hacer una novena en ocasión de Pentecostés; 2º La primera encíclica sobre el Espíritu Santo, “Divinum illud munus” del 9 de mayo de 1897, de la cual hablaremos más adelante con más detalles; 3º La Carta a los Obispos, “Ad fovendum in cristiano populo”, en que refuerza las recomendaciones anteriores.

Por su parte, Elena prosigue trabajando intensamente por la difusión de la devoción al Espíritu Santo. Escribe diversos libros sobre el asunto, y envía al Papa León XIII una Novena de Pentecostés de su autoría, titulada “El Nuevo Cenáculo”. Tanto hizo por la devoción al Espíritu Santo que, una vez atacada por una enfermedad mortal, dejó brotar del corazón hacia sus labios esta apasionada y significativa oración: “Señor, te ofrezco mi vida y mi muerte por el triunfo del Espíritu Santo”.

El 18 de octubre de 1897 fue recibida por el Papa en una audiencia especial, recibiendo de él un gran estímulo para continuar en su apostolado por causa del Espíritu Santo. En esa ocasión, también la autorizó a dar a las religiosas de su Congregación el nombre de Oblatas del Espíritu Santo, identificándolas así, de modo más adecuado, al carisma que le es propio en la Iglesia.
Después de algunos años, grandes sufrimientos se presentan en la vida de la madre fundadora Elena Guerra. Elena también necesitó tomar con coraje su cruz y emprender el camino del calvario. Fue depuesta de su autoridad por vulgar conspiración de algunas personas soberbias, pero sobre todo ingratas. Por imposición de la autoridad eclesial local, tuvo que renunciar públicamente al cargo de Superiora de la Congregación. Vivió los últimos 7 años de su vida en un verdadero desierto, aislada de las actividades y de la compañía de sus hijas. Después de su muerte, se reveló la tremenda injusticia cometida contra la superiora y fueron presentadas diversas reparaciones.

El Cardenal Lorenzelli, al final de los trabajos y de la tempestad, exclamó: “Encontramos oro donde creíamos que había basura, y basura donde creíamos que había oro…”

El Papa Leon XIII, en la Celebración Eucarística que marcaba el paso del siglo XIX al siglo XX (noche del 31 de diciembre de 1900 para el 1º de enero de 1901), entonó el Veni Creator Spiritus (canto litúrgico del siglo IX), y consagró el siglo XX a la persona del Espíritu Santo, motivado por la Beata Elena Guerra.

Elena Guerra falleció en Lucca el 11 de abril de 1914, habiendo convivido con 4 Papas: Gregorio XVI (1831-1846), Pío IX (1846-1878), León XIII (1878-1903) y Pío X (1903-1914).

El 26 de abril de 1959, Juan XXIII declara Beata a Elena Guerra.

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